En menos de un mes, la Costa Atlántica está viviendo bajo los estragos que dejan a sus pasos dos huracanes, el segundo más fuerte que el primero. Si bien, esta región del territorio nicaragüense es la más extensa y rica en biodiversidad y áreas boscosas, desde hace más de una década viene viviendo el drama de enfrentarse a una política depredadora, orientada al exterminio de sus recursos naturales y sus comunidades autóctonas. Una catástrofe similar a la que ha estado sufriendo la Amazonía sin recibir el debido enfoque.
Debido a su ubicación, la
Costa Atlántica ha sido de interés político para cualquier gobierno del país, a
pesar de sufrir el abandono de todos éstos, sin mencionar que la peor parte se
la han llevado durante los años ochenta y después del retorno de Ortega al
poder.
Constitucionalmente, tanto
la RAAN como la RAAS gozan de autonomía política, la cual les permite
establecer sus propias administraciones territoriales. Sin embargo, en los últimos
trece años, tal reconocimiento constitucional ha sido transgredido por el
frente sandinista, usurpando las municipalidades de las principales ciudades
costeñas, despojando a los líderes comunitarios de sus potestades, así como
arrebatando el patrimonio de las poblaciones indígenas. Todo ello sin mencionar
la interminable cifra de pobladores asesinados a manos del ejército, la policía
y pobladores advenedizos que operan bajo el mando del frente sandinista y
la impunidad que su partido les garantiza.
Como si fuera poco, a la
dictadura Ortega Murillo, no le ha faltado descaro y perversidad para aprovechar
la tragedia, utilizando a los damnificados con fines propagandísticos. Socavando
una vez más la integridad de las víctimas del desastre natural.
Dada la ausencia de un
Estado que garantice la recuperación de las familias afectadas, la población ha
venido emprendiendo campañas de colectas de insumos. Queda ahora esperar que la
pareja dictatorial desista de politizar e impedir las labores humanitarias,
aunque el deseo parezca utópico.
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