Más allá de cómo esté configurada la estructura política de cada país, lo que derive de ésta, será determinante en mayor; menor o nula medida de acuerdo al peso que ese Estado tenga en la geopolítica.
Al referirnos a ese peso,
indudablemente se nos viene a la cabeza la potencia económica y militar más
fuerte del planeta, esa misma que controla la divisa de referencia. Es por
tanto trascendental las decisiones que allí se tomen de cara a instituciones y
entidades vinculantes con política exterior.
Inexplicablemente, muchos
latinos incluyendo aquellos de la diáspora nicaragüense en el norte, han venido
apoyando la segunda candidatura de Donald Trump, obviando que éste mantiene
firmemente su posición supremacista y despectiva hacía las minorías
estadounidenses. Algunos azul y blanco afirman que su apoyo radica en que Trump
ha apoyado la lucha contra la dictadura de Ortega y Murillo.
Dicha afirmación pone al
mandatario norteamericano en una posición heroica ante los nicas desesperados
en salir de la pesadilla ormu y a la vez lo hacen ver como el gran defensor de
la democracia, obviando el hecho de que ha puesto en práctica el nepotismo
entre otras conductas muy propias de las dictaduras vigentes.
El lado más perverso y
desalentador de la administración Trump ha sido la forma en que se ha erigido
como el ahora líder de un buen número de hispanos. Sin importar el hecho de que
siga sosteniendo sus discursos de odio; su falta de ética; su cuestionable
moralidad; su patanería; su incapacidad de gobernar y el nulo profesionalismo
para poner en alto su cargo, ha bastado con invocar la biblia y decirse
“provida” para ganarse la simpatía de una vasta manada de latinos adentro y
fuera de EE. UU., pasando por alto que la estadía de muchos de los mismos
dentro del territorio estadounidense es incierta y que levantar tal liderazgo
les puede costar muy caro, de mantenerse este tipo por un período más en el poder.
Ni qué decir de la
institucionalidad; la democracia y el estado de Derecho que se ven amenazados
con la actual administración republicana, pero bueno…ese es un problema que ya
le tocará únicamente a los norteamericanos resolverlo.
Lo que sí es perjudicial
para el mundo, es el extremismo que representa la parodia de mandatario en la Casa
Blanca. Un individuo de ultraderecha que vela por los intereses de los grupos
conservadores y que mantiene una actitud retrógrada frente a los avances que el
mundo intenta llevar a cabo.
Vemos que es un acérrimo
detractor de las políticas ambientales, de la laicidad estatal y del derecho de
las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos y la maternidad. Su
administración le ha levantado la moral (si así se le puede llamar) a los
supremacistas en EE. UU., lo cual ha incrementado los niveles de abuso policial
hacia la población negra de ese país.
Por otra parte, su triunfo
en el 2016 fue severamente cuestionado debido a la presunción de intromisión rusa
en la campaña republicana y en el proceso electoral. Además de esto, desde un
inicio el actual presidente estadounidense no ocultó su admiración por figuras autoritarias como Xi Jinping y Putin, destacando la forma de gobernar
de éstos como ejemplar.
Atando cabos, en cuanto a
política exterior, Trump a lo largo de los últimos cuatro años ha venido socavando
las relaciones de alianza que históricamente los EE. UU. han mantenido con países
de la OTAN, resultando favorecidos con esta división las potencias detractoras de
la política estadounidense (Rusia y China).
En virtud de procurar los
intereses geopolíticos del Kremlin, es que quizá la política de la Casa Blanca
de cara a América Latina ha estado orientada en no ir más allá de pocas acciones;
simples palabrerías y promesas que a la fecha no se han materializado.
Con una nueva administración,
se espera que dicha política tome otro giro, uno que sea en aras de coadyuvar
en el proceso de liberación de los tres países latinoamericanos actualmente sometidos
a regímenes autoritarios e ilegítimos, donde el Poder Ejecutivo finalmente tome
cartas en el asunto sin que únicamente sea el Legislativo el que ejerza presión.
Tratando de ser optimistas en
cuanto al apoyo que podamos recibir de una eventual y nueva administración de
los EE. UU., no olvidemos que el proceso de reconstrucción de Nicaragua nos
corresponde únicamente a nosotros. Es nuestra responsabilidad más allá del
apoyo o indolencia de otros Estados y de los organismos internacionales.
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