sábado, 7 de noviembre de 2020

Las elecciones presidenciales en EEUU: una contienda que nos interesa.


Más allá de cómo esté configurada la estructura política de cada país, lo que derive de ésta, será determinante en mayor; menor o nula medida de acuerdo al peso que ese Estado tenga en la geopolítica. 

Al referirnos a ese peso, indudablemente se nos viene a la cabeza la potencia económica y militar más fuerte del planeta, esa misma que controla la divisa de referencia. Es por tanto trascendental las decisiones que allí se tomen de cara a instituciones y entidades vinculantes con política exterior.

Inexplicablemente, muchos latinos incluyendo aquellos de la diáspora nicaragüense en el norte, han venido apoyando la segunda candidatura de Donald Trump, obviando que éste mantiene firmemente su posición supremacista y despectiva hacía las minorías estadounidenses. Algunos azul y blanco afirman que su apoyo radica en que Trump ha apoyado la lucha contra la dictadura de Ortega y Murillo.

Dicha afirmación pone al mandatario norteamericano en una posición heroica ante los nicas desesperados en salir de la pesadilla ormu y a la vez lo hacen ver como el gran defensor de la democracia, obviando el hecho de que ha puesto en práctica el nepotismo entre otras conductas muy propias de las dictaduras vigentes.

El lado más perverso y desalentador de la administración Trump ha sido la forma en que se ha erigido como el ahora líder de un buen número de hispanos. Sin importar el hecho de que siga sosteniendo sus discursos de odio; su falta de ética; su cuestionable moralidad; su patanería; su incapacidad de gobernar y el nulo profesionalismo para poner en alto su cargo, ha bastado con invocar la biblia y decirse “provida” para ganarse la simpatía de una vasta manada de latinos adentro y fuera de EE. UU., pasando por alto que la estadía de muchos de los mismos dentro del territorio estadounidense es incierta y que levantar tal liderazgo les puede costar muy caro, de mantenerse este tipo por un período más en el poder.

Ni qué decir de la institucionalidad; la democracia y el estado de Derecho que se ven amenazados con la actual administración republicana, pero bueno…ese es un problema que ya le tocará únicamente a los norteamericanos resolverlo.

Lo que sí es perjudicial para el mundo, es el extremismo que representa la parodia de mandatario en la Casa Blanca. Un individuo de ultraderecha que vela por los intereses de los grupos conservadores y que mantiene una actitud retrógrada frente a los avances que el mundo intenta llevar a cabo.

Vemos que es un acérrimo detractor de las políticas ambientales, de la laicidad estatal y del derecho de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos y la maternidad. Su administración le ha levantado la moral (si así se le puede llamar) a los supremacistas en EE. UU., lo cual ha incrementado los niveles de abuso policial hacia la población negra de ese país.

Por otra parte, su triunfo en el 2016 fue severamente cuestionado debido a la presunción de intromisión rusa en la campaña republicana y en el proceso electoral. Además de esto, desde un inicio el actual presidente estadounidense no ocultó su admiración por figuras autoritarias como Xi Jinping y Putin, destacando la forma de gobernar de éstos como ejemplar.

Atando cabos, en cuanto a política exterior, Trump a lo largo de los últimos cuatro años ha venido socavando las relaciones de alianza que históricamente los EE. UU. han mantenido con países de la OTAN, resultando favorecidos con esta división las potencias detractoras de la política estadounidense (Rusia y China).

En virtud de procurar los intereses geopolíticos del Kremlin, es que quizá la política de la Casa Blanca de cara a América Latina ha estado orientada en no ir más allá de pocas acciones; simples palabrerías y promesas que a la fecha no se han materializado.

Con una nueva administración, se espera que dicha política tome otro giro, uno que sea en aras de coadyuvar en el proceso de liberación de los tres países latinoamericanos actualmente sometidos a regímenes autoritarios e ilegítimos, donde el Poder Ejecutivo finalmente tome cartas en el asunto sin que únicamente sea el Legislativo el que ejerza presión.

Tratando de ser optimistas en cuanto al apoyo que podamos recibir de una eventual y nueva administración de los EE. UU., no olvidemos que el proceso de reconstrucción de Nicaragua nos corresponde únicamente a nosotros. Es nuestra responsabilidad más allá del apoyo o indolencia de otros Estados y de los organismos internacionales.  


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