viernes, 6 de noviembre de 2020

¿Quitamos a Ortega o a la dictadura?


Quizá puede parecer cliché la expresión "un orteguismo sin Ortega", pero si nos detenemos a ver el panorama sociopolítico del país nos vamos a dar cuenta de que una buena parte de los principales actores de la oposición nos receta una continuidad del sistema, el cual está fundado sobre las bases del adultismo; racismo; clasismo y sobre todo el predominio de un muy, pero muy marcado machismo. Esto claro, en obediencia a los mandatos de las dos iglesias predominantes: la católica y la evangélica. 

El proceso para encarrilar al país sobre las vías de una auténtica y firme democracia tiene que iniciar por desmontar la idea de que el Estado tiene que ser confesional. La ciudadanía necesita aprender que las creencias encajan únicamente en el ámbito personal y que en ninguna forma éstas tienen que interferir en asuntos de orden público. 

¿Se imaginan cómo estaríamos si en vez de ver como tabú ciertos temas porque se contraponen con los prejuicios y dogmas religiosos, fuese mal visto trasladar las creencias de su ámbito subjetivo a algo que afecte al colectivo? Ciertamente, viviríamos en una sociedad más pluralista, dónde la libertad que tanto pregonamos no se quedaría en tan sólo la retórica, sino que pasaría a la práctica. 

Recordemos que vivimos en un país diverso en cuanto a etnias, costumbres, creencias, identidades, sexualidad y lenguas. Por tanto, todo intento de mantener la hegemonía de dogmas que limitan el modo de vivir de las y los nicaragüenses, sólo sería otra práctica más de autoritarismo. 

Sin duda, la rebelión de abril 2018 despertó grandes sentires en una población diezmada por un régimen que disfrazaba su corrupción descomunal e incapacidad de gobernar, bajo la fachada de una prosperidad ficticia, donde la bonanza pregonada en la propaganda oficial era repartida entre la élite conformada por la cúpula gubernamental y la Empresa Privada.

No obstante, a medida que los ánimos y las aguas se fueron calmando, cada uno comenzó a definirse. Así es como ahora se vislumbran aquellos que realmente están hartos de la dinámica podrida que le ha costado por décadas a este país desigualdad; guerras; hambre; miseria y atraso, como a los que únicamente les molesta la paupérrima imagen de la pareja dictatorial.

Éstos últimos son los que añoran y exaltan la imagen de un futuro caudillo (el cual tiene que ser indiscutiblemente un hombre) apegado a las tradiciones del pacífico neocolonial, de ultra derecha y que por supuesto sea heterosexual, con una esposa e hijos a los cuales presumir por su “simpática” figura clásica. Además de las características mencionadas de dicho caudillo, el prototipo de éste se perfecciona si es blanco y entrado en edad, de acuerdo con el estándar racista y adultista de quienes lo promueven.

Si queremos ponerle fin a este vergonzoso capítulo de los últimos trece años, comencemos por arrancar la maleza de raíz. Recordemos que sin este sistema pernicioso de cómo se ha configurado nuestra política, no habríamos tenido necesidad de soportar cuatro décadas de Somocismo y otras cuatro del FSLN. Ortega y su cónyuge, no son más que el producto de esta tradición heredada. Son dos oportunistas que supieron aprovechar esta peligrosísima debilidad de la sociedad nica.

 


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