Quizá puede parecer cliché la expresión "un orteguismo sin Ortega", pero si nos detenemos a ver el panorama sociopolítico del país nos vamos a dar cuenta de que una buena parte de los principales actores de la oposición nos receta una continuidad del sistema, el cual está fundado sobre las bases del adultismo; racismo; clasismo y sobre todo el predominio de un muy, pero muy marcado machismo. Esto claro, en obediencia a los mandatos de las dos iglesias predominantes: la católica y la evangélica.
El proceso para encarrilar
al país sobre las vías de una auténtica y firme democracia tiene que iniciar
por desmontar la idea de que el Estado tiene que ser confesional. La ciudadanía
necesita aprender que las creencias encajan únicamente en el ámbito personal y
que en ninguna forma éstas tienen que interferir en asuntos de orden
público.
¿Se imaginan cómo
estaríamos si en vez de ver como tabú ciertos temas porque se contraponen con
los prejuicios y dogmas religiosos, fuese mal visto trasladar las creencias de
su ámbito subjetivo a algo que afecte al colectivo? Ciertamente, viviríamos en
una sociedad más pluralista, dónde la libertad que tanto pregonamos no se
quedaría en tan sólo la retórica, sino que pasaría a la práctica.
Recordemos que vivimos en
un país diverso en cuanto a etnias, costumbres, creencias, identidades,
sexualidad y lenguas. Por tanto, todo intento de mantener la hegemonía de
dogmas que limitan el modo de vivir de las y los nicaragüenses, sólo sería otra
práctica más de autoritarismo.
Sin duda, la rebelión de
abril 2018 despertó grandes sentires en una población diezmada por un régimen
que disfrazaba su corrupción descomunal e incapacidad de gobernar, bajo la
fachada de una prosperidad ficticia, donde la bonanza pregonada en la propaganda oficial era repartida entre la élite conformada por la cúpula gubernamental y la Empresa Privada.
No obstante, a medida que
los ánimos y las aguas se fueron calmando, cada uno comenzó a definirse. Así es
como ahora se vislumbran aquellos que realmente están hartos de la dinámica
podrida que le ha costado por décadas a este país desigualdad; guerras; hambre;
miseria y atraso, como a los que únicamente les molesta la paupérrima imagen de
la pareja dictatorial.
Éstos últimos son los que
añoran y exaltan la imagen de un futuro caudillo (el cual tiene que ser indiscutiblemente
un hombre) apegado a las tradiciones del pacífico neocolonial, de ultra derecha
y que por supuesto sea heterosexual, con una esposa e hijos a los cuales
presumir por su “simpática” figura clásica. Además de las características mencionadas
de dicho caudillo, el prototipo de éste se perfecciona si es blanco y entrado
en edad, de acuerdo con el estándar racista y adultista de quienes lo promueven.
Si queremos ponerle fin a
este vergonzoso capítulo de los últimos trece años, comencemos por arrancar la
maleza de raíz. Recordemos que sin este sistema pernicioso de cómo se ha
configurado nuestra política, no habríamos tenido necesidad de soportar cuatro
décadas de Somocismo y otras cuatro del FSLN. Ortega y su cónyuge, no son más que el
producto de esta tradición heredada. Son dos oportunistas que supieron aprovechar
esta peligrosísima debilidad de la sociedad nica.
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